¿Acaso la UCR en Formosa se puso el último clavo en el ataúd?
Con un magro 3,66% en las urnas y una dirigencia que se despedaza internamente, el radicalismo formoseño atraviesa su peor crisis histórica. Expulsiones, acusaciones cruzadas y liderazgos evaporados marcan el ocaso de un partido que alguna vez fue símbolo de oposición.

La Unión Cívica Radical en Formosa parece haber tocado fondo. Lo que hasta hace algunos años se presentaba como la principal fuerza opositora, hoy sobrevive entre disputas internas, viejos rencores y una desconexión total con la realidad política y social de la provincia.
Los números de las últimas elecciones fueron demoledores: Enzo Casadei, un candidato prácticamente desconocido para el electorado, apenas superó el 3,6% de los votos, dejando a la UCR sin representación en el Congreso y confirmando su desintegración política. El radicalismo formoseño no solo perdió presencia institucional, sino también rumbo y liderazgo.
En lugar de un replanteo colectivo o una autocrítica seria, el partido optó por encerrarse sobre sí mismo, buscando culpables dentro y no soluciones hacia afuera. El diputado Juan Carlos Amarilla anticipó una "limpieza" partidaria que incluye la posible expulsión de dirigentes como Gerardo Piñeiro, acusado de haber apoyado a otras fuerzas políticas. "Todos aquellos que resolvieron militar en espacios distintos al radicalismo o renuncian o van a tener que soportar públicamente la expulsión", advirtió Amarilla..
Las declaraciones no hicieron más que profundizar la sensación de descomposición. El radicalismo formoseño, que alguna vez fue una estructura sólida con proyección provincial, se encuentra hoy dividido en pequeños feudos internos, donde cada dirigente defiende su parcela de poder, su "kiosco político", mientras el partido se vacía de sentido.
A esta fractura se suma el rol de Fernando Carbajal, quien tras su llegada al Congreso decidió construir su propio camino, alejándose del partido que lo impulsó. Su decisión de cortarse solo, sin una estrategia partidaria detrás, dejó a la UCR sin conducción ni proyecto político visible. Carbajal encarnaba la posibilidad de renovación, pero terminó simbolizando el aislamiento y la pérdida de representatividad del radicalismo formoseño.
En este contexto, los intentos de justificar la debacle apelando a la "polarización nacional" suenan apenas como un consuelo retórico. La verdad incómoda es que el radicalismo se quedó sin electorado, sin dirigentes y sin horizonte. Mientras La Libertad Avanza y el peronismo se reparten el escenario político, la UCR apenas resiste en los comunicados de prensa y en reuniones internas plagadas de reproches.
El partido que alguna vez defendió la ética pública, la educación y las instituciones republicanas hoy parece reducido a una sombra de lo que fue. Y aunque Amarilla asegura que "las ideas radicales no pueden pasar de moda", lo cierto es que la sociedad formoseña ya no las ve representadas en una estructura que ha perdido toda conexión con la realidad electoral.
Así, la pregunta que flota entre los propios correligionarios no es si la UCR podrá recuperarse, sino si todavía existe algo que rescatar. Porque a juzgar por los resultados y el nivel de enfrentamiento interno, parece que el partido se está colocando, con sus propias manos, el último clavo en el ataúd.
