Ruido electoral: cuando la propaganda tapa el horizonte y ensordece la ciudad
Porque detrás del relato ordenado y "cívico" de la campaña proliferan hordas de pancartas y parlantes que elevan los decibeles al nivel de estridencia electoral. Se jactan de "estar presentes", pero ¿a qué precio? Legislación electoral y límites (teóricos) a la propaganda

En pleno mes de campaña para las legislativas nacionales del domingo 26 de octubre de 2025, Formosa sufre una invasión visual y sonora sin precedentes. Calles como la Avenida 25 de Mayo y la Peatonal Rivadavia se transforman en escenarios de agresión estética: pasacalles imposibles de esquivar, carteles apilados que tapan fachadas, transeúntes, semáforos — y oídos.
Porque detrás del relato ordenado y "cívico" de la campaña proliferan hordas de pancartas y parlantes que elevan los decibeles al nivel de estridencia electoral. Se jactan de "estar presentes", pero ¿a qué precio?
Legislación electoral y límites (teóricos) a la propaganda
La normativa argentina busca poner algunos frenos: según el artículo 64 ter del Código Nacional Electoral, está prohibido emitir avisos publicitarios en televisión y radio con el fin de captar votos antes de los 35 días previos al comicio.
También existen sanciones económicas para quienes violen esos plazos: multas de entre 10.000 y 100.000 módulos electorales.
En cuanto a propaganda gráfica en vía pública, la Ley A – Nº 268 (normativa vigente en la Ciudad de Buenos Aires, pero a modo de ejemplo) exige que todo afiche lleve identificada la imprenta responsable.
Además, la Ley 268 (Regulación y Financiamiento de Campañas Electorales) fija como regla que la campaña no puede comenzar más de 60 días antes de la elección, ni extenderse durante las 48 horas previas al acto comicial.
Pero en la práctica, esos límites quedan pulverizados por invasiones visuales y sonoras que no parecen entender de leyes ni de decencia cívica.
Contaminación visual: el paisaje electoral como montaje
Recorrer las avenidas principales de Formosa durante estos días es como transitar un set publicitario de gigantes. Carteles de enormes dimensiones se apilan sin orden, taponan vistas, obligan a musitar "¿qué decía ahí detrás?" y degradan la arquitectura urbana.
Las fachadas históricas se convierten en paños de fondo para slogans vacíos, la señalización de la ciudad queda oculta (cuando no inválida), y hasta los árboles y semáforos se visten de lona partidaria. Se acumulan los carteles superpuestos, ilegibles a menudo por el apilamiento o la altura.
El espacio público —plazas, veredas, veredas adyacentes— resulta mancillado por la impronta visual del marketing político: cintas plásticas, afiches pegados con pegamentos dudosos, tela rasgada por el viento, restos colgando. No se respeta ni un centímetro de muro o poste libres.
Contaminación sonora: el volumen al servicio del poder
Si la invasión visual es ya ofensa, la sonora completa el golpe. Parlantes instalados en esquinas, camionetas de propaganda con altavoces a toda marcha, música "motivadora" cada cinco minutos, discursos repetidos en bucle como si el público no tuviera necesidad de respirar…
Caminar por la Av. 25 de Mayo o la Peatonal Rivadavia es someterse a una tortura auditiva sin epígrafe ni permiso explícito del transeúnte. Ni niños, ni ancianos, ni quienes trabajan en comercios pueden escapar al bombardeo sonoro. El "ruido político" se convierte en herramienta de saturación, no de persuasión.