San Cayetano: la vida del santo al que miles le piden o le agradecen y la influencia de Mama Antula en la construcción de su devoción
Se alza como el santo más popular del país, aunque su vida permanece en gran parte desconocida para los fieles que cada año llenan su templo en el barrio porteño de Liniers y en numerosos sitios a lo largo del territorio nacional. Curiosamente, mientras San José Obrero es el patrono del trabajo en casi todo el mundo, y San Pancracio lo es en Uruguay y España, aquí destaca su figura

Nacido hace más de 500 años, lejos de estas tierras, su origen divide a los historiadores: algunos lo sitúan en Vicenza, bajo el señorío de Venecia, otros en Gaeta. Su nombre, Cayetano, evoca: "oriundo de Caieta", nombre romano de aquella ciudad.
Hijo de una noble familia cristiana, se formó en la Universidad de Padua, donde obtuvo doctorados en Derecho y Teología. En 1507 llegó a Roma, viviendo allí uno de sus mejores momentos como parte de la corte del papa Julio II, desempeñándose como escritor de Letras Apostólicas y ganando el título de protonotario apostólico.
Sus gestiones lograron la reconciliación entre la Santa Sede y la Serenísima República de Venecia. A los seis años de esa vida cortesana, en 1513, abandonó los lujos y fundó el Oratorio del Amor Divino, una sociedad de sacerdotes y prelados. Ordenado sacerdote a los 35 años, en 1515, regresó a Vicenza en 1522 para crear el Ospedale degli Incurabili, un hospital para enfermos terminales. En 1524, junto al obispo Juan Pedro Caraffa —quien se convertiría en el papa Pablo IV— fundó los Clérigos Regulares, una orden que renunciaba a poseer o pedir nada, subsistiendo solo de limosnas para promover el apostolado y renovar espiritualmente al clero, imitando la austeridad apostólica.
Esta decisión nació de su experiencia en la corte papal, donde vio un desgano por lo divino, dominada por ambiciones de poder y riquezas en lugar de la gloria de Dios y el evangelio. Lo expresó en una carta a Laura Mignani el 13 de junio de 1537, pidiéndole oraciones por Roma: "Ciudad que fue santa y ahora es Babilonia, llena de reliquias".
En mayo de 1527, las tropas de Carlos V saquearon Roma en el "Saco di Roma". Con el Papa escondido en Castel Sant’Angelo y los cardenales huidos, Cayetano y los Teatinos enfrentaron valientemente la invasión. Maltratados y encarcelados en la torre del reloj vaticana, fueron liberados por un oficial español, trasladándose luego a Civitavecchia y Venecia. Allí, durante seis años, atendieron a pobres y enfermos, especialmente durante la peste de 1527-1528, y lucharon contra herejías. Más tarde, en Nápoles, bajo el virrey Pedro de Toledo, rechazaron los lujos del Conde de Oppido, aceptando solo una casa en ruinas. Al insistir el conde, Cayetano replicó: "Dios es el mismo en Nápoles y Venecia".
Frente a la usura, fundó el Monte de Piedad, precursor del Banco de Nápoles, y popularizó los pesebres napolitanos, ambientados en el siglo XVI, una tradición que perdura en Vía San Gregorio Armeno. Cuando la Inquisición española desató revueltas en 1547, Cayetano, angustiado por no ser escuchado, enfermó gravemente y murió el 7 de agosto. Al día siguiente cesaron las hostilidades, lo que se atribuyó a su intercesión celestial.
Se le representa con el Niño Jesús en brazos tras una visión en la basílica de Santa María la Mayor, relatada a Sor Laura.
¿Cómo llega la devoción a la Argentina? De la mano de Santa María Antonia de San José, la "Mama Antula", fundadora de la Santa Casa de Ejercicios en Buenos Aires. Desde el virreinato del Perú, vinculada a santos españoles como Rosa de Lima, se extendió a América.
En Lima, el P. Gregorio Casañas intentó un monasterio teatinas en 1688, pero fracasó en 1709. En México y Brasil, desde 1631, su culto creció, con 12 calles en la ciudad de San Pablo nombradas en su honor. En el Río de la Plata, la "Mama Antula" lo incorporó como santo de su devoción y en su testamento, lo nombra junto a santos jesuitas, aunque lo distingue como "patrono de la providencia divina".
Las hermanas Hijas del Divino Salvador, que eran las hijas espirituales de Santa María Antonia de San José tras la clausura del Beaterio, erigieron una capilla con un retablo de Barcelona, mostrando a San Ignacio y Cayetano sin espigas, pues "el milagro de la lluvia" ocurrido en el actual barrio de Liniers aún no había acontecido.
En 1875, con tierras donadas por María Mercedes Córdova, construyeron una capilla en Liniers. Una sequía salvada por su intercesión, con espigas dejadas a sus pies, marcó su vínculo con el pan y el trabajo. En 1930, el P. Domingo Falgioni popularizó su imagen con espigas, consolidando su patronazgo. A diferencia de otros países, donde se le asocia con lirios, aquí es ícono nacional. Cierra con la antigua jaculatoria: "Cayetano providente: intercede por pan, salud y paz a nuestra gente".
¿Y quién era santa María Antonia de San José, "Mama Antula"? María Antonia de Paz y Figueroa nació en Santiago del Estero (no se sabe la fecha cierta), en el seno de una familia acomodada del virreinato del Perú, entonces parte del Imperio español. Desde niña, mostró una inclinación hacia la fe, influenciada por la educación religiosa de su entorno. A los 15 años rechazó los caminos tradicionales para una mujer de su clase —matrimonio o convento— y se unió a los jesuitas como beata laica, adoptando el nombre de María Antonia de San José. Su apodo, "Mama Antula", le fue dado por los indígenas quechua, quienes la veían como una madre protectora. Hablaba su lengua y les enseñó a leer, escribir y perfeccionar técnicas de ganadería y agricultura, demostrando un compromiso profundo con los más vulnerables.
Su vida dio un giro decisivo en 1767, cuando Carlos III expulsó a los jesuitas de las colonias españolas. A los 38 años, en una epifanía en la celda capilla de San Francisco Solano, sintió la misión de preservar los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, prohibidos tras la disolución de la orden. Descalza y con escasos recursos, emprendió peregrinaciones por el noroeste argentino, cubriendo más de 5.000 kilómetros. A pesar de las adversidades y la oposición del virrey y el obispo, logró que los obispos locales autorizaran su labor, ganándose el respeto de la sociedad colonial. Su carisma atrajo a ricos y pobres, quienes participaban en sus retiros espirituales, uniendo clases sociales en un tiempo de rígidas jerarquías.
En 1788, con donaciones de terratenientes como Antonio Alberti y Pedro Pavón, fundó la Santa Casa de Ejercicios en Buenos Aires, un lugar dedicado exclusivamente a estas prácticas. Durante ocho años, organizó retiros para unas 70.000 personas, según una carta de Ambrosio Funes, consolidando su legado espiritual. Su obra desafió las normas patriarcales, otorgando voz a las mujeres y protegiendo a los niños en una era colonial marcada por la opresión.
Físicamente, era una figura imponente: de tez clara, ojos celestes y una presencia serena que inspiraba devoción. Vestía sencillamente, a menudo con un hábito improvisado, y cargaba una cruz como símbolo de su entrega. Su vida estuvo llena de sacrificios, viviendo de limosnas y enfrentando el rechazo inicial de las élites. Sin embargo, su perseverancia la transformó en consejera de la alta sociedad y la dirigencia colonial. El 7 de marzo de 1799, a los 69 años, murió en Buenos Aires, dejando un testamento que encomendaba su alma a Dios y pedía un entierro humilde en la Iglesia de Nuestra Señora de la Piedad, donde hoy descansan sus restos.
Tras su muerte, su legado continuó con las Hijas del Divino Salvador, congregación fundada en 1878 por sus seguidoras. Esta comunidad preservó la Santa Casa y construyó el Santuario de San Cayetano en Liniers, vinculando a Mama Antula con la devoción al patrono del trabajo. Su beatificación en 2016, tras el reconocimiento de un milagro en 1905 (la curación de una monja), y su canonización el 11 de febrero de 2024 por el papa Francisco —un jesuita como ella— la convirtieron en la primera santa argentina. Dos milagros, uno en 1905 y otro en 2006 (la recuperación de un hombre tras un ACV), sellaron su santidad, avalados por rigurosas evaluaciones médicas y teológicas en el Vaticano.
Mama Antula fue una rebelde espiritual que desafió su época. No buscó poder ni riqueza, sino la salvación de las almas. Su vida refleja una fe inquebrantable y una entrega total, caminando descalza por tierras sagradas, como ella misma dijo, siguiendo el mandato divino de Moisés. Su influencia trascendió fronteras, inspirando a devotos en Argentina y más allá, y su canonización en un contexto de crisis social resuena como un llamado a la caridad y la unidad. Hoy, su oración —invocándola como peregrina y misionera— hace eco en los corazones de quienes buscan esperanza, consolidándola como un símbolo de resistencia y fe en la historia argentina.
(InfobaE)