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OPINION

El mundo durísimo donde triunfan Trump, Netanyahu y Milei

El colapso del sistema internacional basado en reglas quedó en evidencia cuando Estados Unidos bombardeó Irán. A nivel global se ha extendido un nuevo consenso acerca de la necesidad de liderazgos sin límites. En este esquema, el presidente argentino se encuentra una vez más entre los ganadores

Javier Milei y Donald Trump

El sábado 21 a las 22, minutos después de que Donald Trump anunciara al mundo que los Estados Unidos habían comenzado el bombardeo sobre Irán, Juan Tokatlian envió un mensaje muy breve y angustioso a muchos de sus contactos.

-El largamente degradado y deteriorado orden basado en reglas ha colapsado.

 Como mucha gente sabe, Tokatlian es uno de los argentinos más eruditos y obsesivos en el estudio de la política internacional. Durante la semana siguiente, explicó esa idea con más detalle.

"La noción de que el orden liberal es un orden basado en reglas, y que esas reglas son aplicables a todos, colapsó con el bombardeo norteamericano a Irán. Cuando fue la guerra de 1990 contra Irak, las Naciones Unidas dieron una autorización expresa para que se formara una coalición liderada por los Estados Unidos, para que le diera un ultimátum a Saddam Hussein, lo forzara a retirarse de Kuwait y redujera su capacidad militar. Luego del ataque contra las Torres Gemelas, que causó 3000 muertes producto de un acto terrorista feroz, las Naciones Unidas le dieron una excepción a los Estados Unidos, que es la aplicación de la autodefensa. La autodefensa no es un principio: es una excepción. Pero se la dio como excepción. Y Estados Unidos se lanzó masivamente en Afganistán. En el 2003, el presidente de los Estados Unidos logró una autorización por parte del Congreso, para encabezar lo que luego fue la coalición de voluntarios contra Irak. Todo esto es pasado. Esta semana, antes de bombardear Irán, el presidente Trump no logró –ni siquiera pidió- una autorización legal interna para el uso de la fuerza. No invocó que los Estados Unidos hayan sido agredidos. No recurrió a las Naciones Unidas para lograr un respaldo mínimo. Es decir, acá las reglas no importaron más. Y no importan desde hace tiempo, como no le importó a Rusia cuando invadió Ucrania".

 La preocupación de Tokatlian ante un sistema de reglas que ha colapsado, convive –naturalmente- con otras miradas. Unos días después ya había quedado en claro el éxito del operativo de Trump: los cielos volvían a la normalidad y dejaban de ser surcados por bombas y misiles. Trump había triunfado y, junto con él, el primer ministro Benjamin Netanyahu, que en los meses previos había sido objeto de una masiva crítica internacional por la indiscriminada ofensiva israelí en Gaza. En ese contexto, The New York Times, el símbolo más potente de la prensa liberal de occidente, publicó una nota muy provocativa firmada por David Brooks, un hombre que –a grandes rasgos—seguramente comparta el esquema conceptual que defiende Tokatlian. Pero en este caso pensaba distinto.

La nota se titulaba: "Detesto a Netanyahu, pero en algunas cosas tiene razón". Y argumentaba: "No estoy diciendo que apoyo la manera en que Netanyahu ha respondido al ataque del 7 de octubre. Yo apoyo el objetivo de la guerra en Gaza –derrotar a Hamas— pero la manera en que lo ha hecho Israel ha sido a menudo incivilizada, bárbara, aplicando un cruel desprecio por la vida humana. No estoy diciendo que Netanyahu y sus colonos aliados tengan una visión sensata sobre cómo se debe resolver el conflicto entre Israel y Palestina, más allá de la intimidación, la intolerancia y la crueldad. Pero estoy diciendo que personas como Netanyahu y Trump, a quienes generalmente yo considero entre las fuerzas que enferman al mundo, al final han sido, al menos en lo que respecta a la amenaza iraní, fuerzas a favor del bien. Y creo que quienes los detestan deben mostrar cierta humildad y repensar algunas cosas".

En un momento de su extenso artículo, Brooks explicó: "La lección definitiva que debe ser aprendida, y debe ser aprendida una y otra vez, es que nuestros enemigos son de verdad nuestros enemigos. En los años ’30 una gran porción del establishment británico viajó a Alemania y regresó proclamando que Hitler era decente y se podía hacer negocios con él. El mismo patrón de negación prevaleció en la respuesta occidental frente a Lenin y Stalin, y en la manera en que algunos en Occidente se negaron a mirar a Mao como el asesino de masas que era, y en la respuesta occidental contra Irán, Hamas y Hezbollah. Hay gente en Occidente que se resiste a creer que nuestros enemigos creen en lo que dicen que creen. No quieren mirar hacia el abismo y enfrentar las consecuencias de esa realidad. Netanyahu, a pesar de todas sus fallas morales, enfrentó la realidad de Irán con su verdadero nombre y extrajo las consecuencias obvias de ella".

Ese contraste de percepciones acerca de lo que ocurrió esta semana en un mundo que está cambiando de manera muy vertiginosa, atraviesa la historia de Occidente desde que, tras la Segunda Guerra Mundial, el rol de la diplomacia y el concepto de la defensa de los Derechos Humanos se impusieron como valores prioritarios. En el fondo de la cuestión, lo que se discute es de qué manera un país democrático debe defenderse ante una agresión terrorista. En un polo de la discusión están quienes creen que la respuesta debe ser contenida, consensuada y justificada. En el otro, los que piensan que ante un desafío se debe responder sin demasiado reparo por las normas o por los límites: lo importante son los resultados. En los años 70, los ejemplos antagónicos eran la manera con que Italia enfrentó a las Brigadas Rojas y la dictadura militar argentina: en un caso dentro de la democracia, en el otro como se conoce.

Más allá de la posición de cada persona -se trata, claro, de un gran dilema- es bastante evidente que el triunfo de Donald Trump y de Benjamin Netanyahu, tras el bombardeo a Irán, expresa que quienes defienden la segunda mirada, la del contraataque sin límites, son los que hoy rigen el destino de la humanidad.

Esa lógica no es exclusiva de los líderes de los Estados Unidos y de Israel. Tampoco Hamas consultó a las Naciones Unidas antes del ataque de 7 de octubre, ni sujetó esa orgía de sangre a la Convención de Ginebra. Vladimir Putin no armó una coalición ni esperó que nadie atacara a Rusia como condición previa a la sangrienta invasión contra Ucrania. Irán armó a grupos terroristas y disparó contra Israel sin tener en cuenta que podría causar víctimas civiles, y si no mató más gente no fue por falta de voluntad. Se trata, evidentemente, de una lógica que se extiende por el planeta. Nuevas reglas que son aplicadas por todos. El que tiene más poder, las aplica con más eficiencia. Eso no lo hace peor: solo más poderosos. A ambos lados de las contiendas, se piensa que el bien está de su lado, y tiene permitido todo, para terminar con el mal.

Las reglas del nuevo mundo se expresan en muchos lugares del planeta y de mil maneras distintas. Mientras se producía el bombardeo contra Irán, la Corte Suprema norteamericana emitía un fallo que dejaba en pie la decisión de eliminar el derecho a la ciudadanía de los hijos de inmigrantes ilegales nacidos en los Estados Unidos. Se trata de un derecho que existió en la Constitución durante 150 años y que ahora Trump intenta eliminar. Mientras, las razzias contra inmigrantes se multiplican: en el último mes, han sido expulsados de los Estados Unidos más de mil por día y el Gobierno promete triplicar esa cifra. Si lo logra, serían un millón de deportados por año. En Irán, al mismo tiempo, se ha desatado una persecución despiadada de disidentes, a quienes acusan de colaborar con los Estados Unidos e Israel. Y en Gaza, de acuerdo a la información de Haaretz, mientras se celebraba la tregua con Irán, soldados israelíes recibieron la orden de disparar contra personas desarmadas que esperaban para recibir comida.

En medio de este cambio tan radical, hay profundos debates en las democracias occidentales. ¿Realmente el operativo terminó con el poder de Irán para desarrollar armas nucleares o solo lo dañó? ¿El triunfo de Estados Unidos e Israel es un triunfo real o es el origen de otras tragedias que por ahora permanecen invisibles? El abandono de las reglas y de los límites, ¿no transforma al mundo occidental en un actor que pierde legitimidad moral, y habilita a que otros poderes respondan con la misma lógica? ¿Cómo aplicará China los criterios dominantes? En otras palabras, ¿está tan claro hacia dónde estamos yendo? Aun en medio del triunfalismo, esas preguntas orientan el ardoroso debate que se produce en Europa y los Estados Unidos.

El consenso que se ha extendido, luego de esta semana, acerca de la necesidad de liderazgos sin límites trasciende a Trump y Netanyahu. Son ideas con las que simpatizan también Nayib Bukele, Daniel Ortega, Viktor Orban, Vladimir Putin, Recep Erdogan y, claro, el ayatollah Ali Khamenei, que en estos días vuelve a ejercerlo ante la disidencia iraní.

En este esquema, Javier Milei se encuentra una vez más entre los triunfadores. Milei apostó por Donald Trump en medio de una campaña que se presentaba muy reñida. Está muy claro que el triunfo de Trump lo colocó en un lugar muy favorable para recibir múltiples apoyos por parte del hombre más poderoso del mundo. Pocos días antes de la guerra con Irán, además, Milei viajó a Israel para apoyar incondicionalmente al cuestionado Netanyahu. En esa gira, una y otra vez, Milei caracterizó a Irán como un enemigo de la Argentina. Una vez más, el presidente argentino, convencido de que existe un conflicto terminal entre la cultura occidental y cristiana y el mundo musulmán, tiene serios motivos para festejar.

A eso se refería el canciller israelí, Guideo Sa´ar, cuando, luego de anunciar el último bombardeo contra Teherán, tuiteó en castellano una frase que, para nosotros, es muy conocida:

-¡Viva la libertad, carajo!

(InfobaE)