Barrio La Alborada: 30 años esperando el agua que nunca llegó
En Formosa, a apenas unas cuadras del centro y rodeado de servicios que parecen funcionar para todos menos para ellos, los vecinos del barrio La Alborada siguen librando una lucha diaria e invisible: conseguir agua.

Desde la esquina de Beruti y Junín, el panorama es más propio de una zona rural olvidada que de un sector urbano en plena expansión. A pesar de estar poblado desde hace décadas, el barrio nunca fue conectado formalmente a la red de agua potable.
"Acá nunca hubo agua con presión. Siempre tuvimos que estar pendientes del motor", relata Jacinta, una vecina que hace 15 años vive con su familia en la zona. "Nos turnamos entre los vecinos para prender el motor, para que cargue uno y después el otro. Es una logística diaria para algo tan básico como bañarse o cocinar", agrega.
El relato se repite casa por casa. Las conexiones son clandestinas y los motores comunitarios son la única forma de llenar los tanques, si es que hay luz, si es que no llueve, si es que el motor no se quemó. "Estamos todos enganchados porque nadie nos da una solución legal. Queremos pagar, tener un medidor como todo el mundo, pero nadie se hace cargo", dice Jacinta.
La situación se arrastra desde hace más de 30 años. Los terrenos fueron vendidos por la inmobiliaria Alborada, hoy desaparecida. La empresa Aguas de Formosa afirma que la responsabilidad de la conexión recaía sobre dicha inmobiliaria. El resultado es que el barrio quedó en una especie de limbo urbano: no tienen agua legal, tampoco cloacas, y las calles, como la Junín, apenas se mantienen gracias al esfuerzo de los propios vecinos.
"La calle Junín parece un pasaje. La arreglamos entre todos porque cuando llueve se hace intransitable", explica Jacinta, y señala los baches cubiertos con escombros y tierra. "Desde la Beruti hasta la French somos muchísimos los que estamos así. Se presentaron notas, se habló con políticos, pero siempre queda en promesas."
María del Carmen, otra vecina, vive con una cisterna subterránea que carga como puede cuando hay presión. "El agua que sacamos tiene olor feo. No la usamos para cocinar ni para tomar. Voy con un bidón hasta la despensa de enfrente y cargo ahí agua potable", cuenta. Algunos intentaron hacer pozos, pero los riesgos sanitarios son evidentes. "Esto era un estero antes. No sabemos qué componentes tiene esa agua. Además, todos los desagües de baños y cocinas van a cunetas a cielo abierto. Esa napa está contaminada", denuncia.
Lo más insólito, quizás, es que ni siquiera las instituciones estatales en la zona tienen conexiones legales. "La escuela de oficios de la municipalidad y la escuela especial están enganchadas también", cuenta Jacinta. La red legal nunca llegó.
Pese a la precariedad, el barrio creció. Se urbanizó sin servicios. Hay familias, niños, escuelas, comercios. "Y seguimos sin agua como si fuéramos ciudadanos de segunda", dice María del Carmen con resignación.
Los vecinos insisten: no se niegan a pagar. No buscan subsidios ni favores. Quieren una conexión formal, medidores, y una factura como cualquier ciudadano. Pero por ahora, lo único que reciben son excusas.
En cada campaña electoral, el barrio se llena de promesas. Y cuando las urnas se cierran, La Alborada vuelve al olvido. Allí, donde los vecinos hacen malabares con bidones, bombas y turnos, para algo que muchos dan por sentado: abrir la canilla y que salga agua.