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Salud

Fabricar vacunas contra el coronavirus en la Argentina ya no es un gran negocio

Pasado el momento más complicado del coronavirus, la escala del país hace que la inversión no sea rentable. Solo quedan dos proyectos en pie.

A casi tres años de la explosión del coronavirus en la Argentina, fabricar vacunas en el país ya no es el gran negocio que parecía ser. De los tres proyectos originales que existían en un principio, solo queda uno en pie y se sumó otro para producir un fármaco inhalable.

Aún no llegaron a la Argentina las llamadas vacunas bivalentes y continúan aplicándose los primeros diseños. Provincia y Ciudad de Buenos Aires tienen mayoritariamente stock de Moderna y hasta que no se acabe, no habrá nuevas compras. De todas formas y a pesar de las nuevas cepas, la vacuna mantiene su efectividad para prevenir los casos graves y evitar las internaciones de la mayoría de los pacientes.

Solamente Laboratorios Richmond y el Conicet continúan con los desarrollos locales, pero en la caso de la compañía de Marcelo Figueiras, hubo una asociación con la empresa chino-canadiense CanSino para fabricar una vacuna que aplica por vía nasal.

Transcurrido el momento más álgido de la pandemia las vacunas sobran en el mundo y ya no vale la pena invertir millones de dólares en montar una planta porque la escala del mercado argentino no permitirá recuperar la inversión.

Richmond había firmado un contrato con Sputnik para fabricar 9 millones de dosis y una vez cumplido, no fue renovado.

La certificación de la Sputnik vía la OMS estuvo cerca de completarse luego de varias idas y vueltas, pero el proceso quedó trunco. La misma semana que los envíados del organismo de la ONU estaban en Rusia para aprobar la vacuna, Vladimir Putin invadió Ucrania.

Figueiras estaba en Moscú en ese momento y lo que se suponía que sería un ataque corto, duró más de lo esperado y la Sputnik quedó en el camino. Es por eso que Richmond cerró trato con CanSino para producir un fármaco que tiene una forma de aplicación mucho más simple y requiere menos condiciones de preservación.

Hugo Sigman fue de los primeros en darse cuenta de que el tren para la Argentina había pasado y terminó vendiendo mAbxience a un laboratorio alemán por una cifra cercana a los mil millones de dólares de los cuáles ya cobró la mitad.

El empresario, muy cercano al Gobierno, hizo un excelente negocio. La planta de mAbxience fue en un momento la gran esperanza para producir la vacuna de AstraZeneca, pero transcurrieron varios meses de demora hasta que los fármacos llegaron al país.

La licencia para fabricar AstraZeneca obligó a que el principio activo se produjera en la Argentina, pero el contrato especificaba que debía ser envasada en México. Distintos problemas logísticos hicieron que la llegada de las vacunas se retrasara varios meses más de lo previsto y con la venta de mAbxience, Sigman terminó alejándose definitivamente de las vacunas contra el Covid. En el medio hubo un controvertido intento por utilizar el suero equino para combatir la enfermedad.

El tercer intento, más ambicioso y el único de los originales que sigue en pie, es la producción de una vacuna desarrollada íntegramente en el país. Se trata de la ARVAC Cecilia Grierson, desarrollada por el Conicet, la Universidad Nacional de San Martín y el Laboratorio Cassará. En pasado se anunció que ya completó la fase I de la que participaron 80 personas.

Hay una discusión de fondo en el Ministerio de Salud que no está resuelta: si la vacuna va a formar parte del calendario oficial o no. Esa decisión cambiaría por completo el tamaño del mercado. Es por eso Salud no compró ninguna vacuna nueva. Las cantidades dependerán de la cantidad de aplicaciones necesarias.

(La PolíticA On - LinE)